La emancipación de los artistas contemporáneos
“La poesía no se vende
porque
la poesía no se vende.”
-Guillermo Boido.
Cuando escuchamos que un artista vive de su arte nos encontramos frente a la disyuntiva de pensar cómo desarrolla su creatividad para salir adelante en una sociedad de retos económicos tal y como nos vemos inmersos todos de alguna u otra manera en el capitalismo contemporáneo, pero también podemos pensar en un autor creativo quien se ha dedicado a lucrar con su obra. Considero importante prestar atención a la palabra “lucrar”, porque inmediatamente nos viene la idea de riqueza y abundancia, aunque con un dejo de insidiosa envidia. Esto no tiene por qué ser así. Simplemente un creador de obra que ha logrado vender sus trabajos es también un artista que ha sido capaz de entregar en términos sociales un producto más de consumo; es decir, está tratando de sobrevivir en nuestro mundo económico. Tal situación no exenta a ningún tipo de producto o servicio que cualquiera de nosotros realizamos. La sociedad suele criticar severamente a quienes transforman el arte en un producto de consumo, como si lo estuvieran banalizando, y esto se debe a diversas ideas que compartimos respecto al arte. En este breve texto, trataré de abordar en qué sentido el artista está “lucrando”, como sinónimo de volverse rico o millonario, y el otro sentido de ejercer una necesidad de presentar su arte como una forma de subsistencia.
Comenzaré con una simple pregunta que nos ha pasado por la mente a muchos de nosotros: ¿Por qué condenamos duramente a los artistas que quieren subsistir con su trabajo? Artista “vendido”, poco comprometido, ambicioso, trepador social, charlatán, sin talento y un largo etcétera que depende del contexto donde el creador ha desarrollado sus actividades. Sin embargo, la creación artística necesita de un sustento físico como materiales y lugares de desarrollo, así como el artista mismo también necesita sustento como sus alimentos, vivienda y necesidades básicas, vaya que son las mismas necesidades de cualquier otro ser humano. Todo esto podría parecer obvio, pero hay ideologías en torno a esta situación que no han dado cabida para la reflexión profunda sobre estos temas. Una de ellas, aunque no la principal, es que el artista debe su vida a la obra creativa: “Vive por amor al arte”, suele decirse coloquialmente, aunque acerca de cómo logra mantenerse y cubrir sus necesidades básicas se dice poco o nada.
En ese sentido, a través de la historia han existido mecenazgos por los cuales los artistas han podido desarrollar sus obras con el patrocinio de personas e instituciones. Incluso la palabra Mecenas se ha vuelto una metonimia del nombre propio que le dio nacimiento, pues fue Cayo Mecenas a finales del siglo I a. C. quien pasaría a la historia por su apoyo a la creación artística. Estos Mecenas han apoyado a través de la historia con el financiamiento de obras, pero más cerca de la modernidad han sido reconocidos por ser compradores de las obras de algún artista en específico o de una corriente de artistas. Es decir, los Mecenas contemporáneos son los coleccionistas. De esta manera los artistas han podido subsistir por medio de su arte, lo cual no está fuera de los límites de la oferta y la demanda, pues han sido objeto de crítica y selección de quienes adquieren o van a financiar dichas obras.
Capilla Sixtina
Tomemos un ejemplo de 1508 cuando el papa Julio II convoca a Miguel Ángel Buonarroti para pintar los frescos de la Capilla Sixtina. En esta época, Miguel Ángel ya era un artista consolidado debido a su famoso David y a la Pietà de San Pedro. La demanda por su obra, el apoyo para realizarla y el pago vino directamente del Vaticano debido a la fama del artista así como del talento que había desplegado. Sin embargo, la realización de la obra no estaría separada de problemáticas como la contratación de otros artistas para la creación de los frescos, así como las penurias económicas y dolencias físicas que el mismo Miguel Ángel tuvo que pasar para la consecución de la obra total.
Ahora tomemos un ejemplo contemporáneo, podríamos mencionar el caso de Eugenio López, accionista mayoritario del grupo Jumex. En 2013 inaugura el museo Jumex de arte contemporáneo, donde se exponen una diversa variedad de obras plásticas de artistas internacionales y mexicanos, como el caso de Damien Hirst y Gabriel Orozco. El mismo Eugenio López ha comprado algunas de estas obras para su colección apoyando la obra de artistas emergentes y algunos ya consolidados. En una entrevista para el New York Times comenta que su pasión por el arte lo ha llevado a investigar y conocer más sobre la creación de obras contemporáneas (Pogrebin, 2021).
Los ejemplos citados nos permiten observar que el trabajo de los artistas ha sido remunerado en mayor o menor medida. Aquí me gustaría remarcar que se trata justamente de eso: un trabajo. La elaboración de las obras requiere tiempo, esfuerzo, dedicación y arte, en el sentido primigenio de la palabra, cuyo sentido era hacer algo con habilidad (por su etimología latina: ars) o elaborar un objeto por medio de la técnica (por su la etimología griega: téchne).
Entonces nos puede surgir otra pregunta: ¿Qué diferencia tiene con otro tipo de trabajo? Como el arte ha sido considerado para embellecer, apreciarse y brindarnos un goce estético, parece que debería ser algo que debe “regalarse”. De esta manera nuestra cultura ha privilegiado el trabajo de los artistas a través de la historia y, asimismo, los ha también catalogado como dadores de belleza. Hemos escuchado en más de una ocasión que existen obras “invaluables” debido a que han sido catalogadas como patrimonios de la humanidad. Pero esto ha sido un arma de doble filo, pues con el paso del tiempo este mismo prestigio otorgado socialmente a los creadores también los ha posicionado en una suerte de pedestal. Me explico, el artista cumple los sueños y las visiones de la comunidad, del pueblo e incluso de la cultura, pero a cambio se le ha relegado (por lo menos en la teoría) a dedicarse casi exclusivamente a esta empresa. Así, una primera parte de esta culpa la tiene la sociedad misma al considerar el trabajo artístico como algo “sublime”, “excelso”, “divino”, si queremos exagerar en términos medievales y renacentistas. El arte tiene este poder sobre nosotros y sobre nuestra cultura, pero también tiene la capacidad de ser considerado el desarrollo de una profesión, de un oficio o un trabajo.
Lorenzo de Médici muestra a Galeazzo Sforza su colección de mobiliario artístico, por Amos Cassioli, 1868
Sin embargo, historiadores del arte como Wittkower nos recuerdan que han sido los mismos artistas los artífices de su destino trágico. A través de las eras, los artistas han hollado su camino hacia los estereotipos que ahora conocemos, ya sea por medio de la exaltación de sus propias obras o por medio de los testimonios que dejaron en torno a su carácter. Han sido ellos mismos quienes ayudaron a perpetuar esa imagen de excentricidad, de ser caprichosos, volubles, iracundos, románticos, egocéntricos, estrafalarios, rebeldes, obsesivos y, como diría mi maestro Alfonso René Gutiérrez con singular precisión: “concupiscentes”.
“Mercurio es el arquetipo de los hombres de acción, alegres y enérgicos. Según la tradición antigua, los artesanos, entre otros, nacen bajo su signo. Saturno es el planeta de los melancólicos, y los filósofos renacentistas descubrieron que los artistas emancipados de su tiempo mostraban las características del temperamento saturnino: eran contemplativos, meditabundos, recelosos, solitarios, creativos. En aquel crítico momento histórico nació la nueva imagen del artista alienado.” (Wittkower, 2015).
Así, tenemos una imagen del artista cuyos cambios han tenido una influencia directa de la época. Sin entrar en detalles de cada era en específico, desde los griegos, pasando por la Edad Media, Renacimiento, Romanticismo y más contemporáneos, la imagen del artista ha sido fundamental para entender la cultura, pero también ha sufrido transformaciones. Dichas transformaciones han sido resultado de los mismos cambios sociales del contexto histórico de los artistas, así como del devenir de las problemáticas en las que cada uno ha estado inmerso. “Somos hijos de nuestro tiempo”, pero también somos responsables de las circunstancias que somos capaces de cambiar, si es que buscamos seguir el pensamiento de Ortega y Gasset en torno la persecución de un propósito en la existencia: “Soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo.” Por eso los artistas han cambiado de maneras abruptas a través de las etapas del mundo, con mucha más razón los artistas contemporáneos a nuestro tiempo, quienes están constantemente lidiando con la competencia y un mundo globalizado cuyos retos son cada vez mayores.
“The Artist's Studio”, Una verdadera alegoría propia del artista que resume siete años de su vida artística y moral Entre 1854 y 1855. Gustave Courbet
Entonces, surge otra interrogante: ¿Cómo vende un artista? En el libro Good Art Does Not Sell Itself (2022), Shirley-Ann O´Neill y Laura O´Hare nos dan un recuento general de las actitudes de los artistas contemporáneos respecto a la venta de sus obras. En términos generales, se trata de una guía básica para conectar con la idea de que el artista debe invertir tiempo para vender su propia obra. El punto principal en el que ponen hincapié en toda la obra es la visibilidad. Esta visibilidad se logra a través de la exposición, a través de la comunicación con grupos, a través de la venta. Por medio de consejos prácticos y estudios de caso, las autoras nos develan sencillas verdades sobre cómo los estereotipos y los clichés culturales han detenido en gran medida la voluntad de los artistas para mostrar sus obras:
“Sin embargo, los artistas que están atrapados en una mentalidad fija invariablemente mantienen creencias limitantes para sí mismos o son adictos a aferrarse a viejos resentimientos. En ellos resuena el cliché romantizado del estereotipo del genio artista torturado. Evita volverte adicto a la autoindulgencia y a la creencia de que ya no es posible vender arte. ¿Esto te suena?” (O´Neill y O´Hare, 2022).
En suma, la evolución de la obra de los artistas siempre ha dependido de la venta. El valor de su obra supera el costo económico de su realización, pero la remuneración que recibe el artista le permite seguir creando. Ello le permite invertir en sí mismo y lo valida para continuar aportando al mundo. Esta emancipación frente a la idea o tabú de la pobreza artística otorga nuevas vías de desarrollo para los artistas, les regresa el poder de expresarse en sus propios términos, así como la responsabilidad de poseer sus propios medios de producción. La propuesta es que el artista sea capaz de experimentar más plenamente la vida y que, de esta manera, pueda generar más expresiones de vida.
"La alegoría de la pintura" de Vermeer (también conocida como "El arte de la pintura")
Fedi, L. (2025, 10 de mayo). La Capilla Sixtina, la maravilla del Renacimiento. National Geographic.O´Neill, S. y O´Hare, L. (2022). Good Art Does Not Sell Itself. VAA Books.
Pogrebin, R. (2021, 10 de julio). Es heredero de un imperio de jugos, pero su interés principal es el arte. The New York Times.
Wittkower, R. y Wittkower, M. (2015). Nacidos bajo el signo de Saturno. Genio y temperamento de los artistas desde la antigüedad hasta la Revolución Francesa. Cátedra.